Cuando cantamos a Dios de todo corazón, nuestras vidas cambian y recibimos gracia, paz y fortaleza del Señor. Son muchas las cosas que a nuestro alrededor se van y vienen, terminan procesos dolorosos y llegan bendiciones que solo provienen de su mano. Esto no sucede por casualidad, sino porque alabamos a Dios sin esperar nada a cambio, con un corazón dispuesto, sincero y rendido. Cuando una persona se entrega en adoración, algo ocurre espiritualmente: cadenas se rompen, la tristeza se transforma en gozo, y el alma empieza a encontrar descanso en Dios. No cantamos solo por costumbre, cantamos para honrar al Creador del cielo y de la tierra, y Él responde derramando consuelo, esperanza y propósito.
Cada mañana al levantarnos, cantemos a Dios con el anhelo de ofrecerle lo mejor, no con un corazón distraído o indiferente, sino con humildad y reverencia. Cuando vayamos delante de Él, postrémonos reconociendo su grandeza, dándole gloria y honor solo a Él. Que al estar en su presencia nuestros labios se abran con gozo y júbilo, porque no hay mayor privilegio que adorar al Rey de reyes. Tal vez no siempre tengamos fuerzas, tal vez el cansancio, la preocupación o el dolor quieran silenciar nuestra voz, pero aun así, elevemos un cántico. Dios no desprecia un corazón quebrantado que se presenta ante Él con sinceridad.
Al cantar, traemos liberación a nuestras vidas y también a aquellos que nos rodean. Muchas veces las dificultades no solo nos afectan a nosotros, sino también a nuestra familia, amigos y hermanos en la fe. Sin embargo, cuando cantamos e intercedemos en adoración, Dios se mueve con poder. Así como Pablo y Silas en la cárcel levantaron himnos en medio del dolor y las cadenas se rompieron, también nuestras alabanzas pueden abrir puertas, sanar corazones y traer libertad a quienes están cautivos por el temor, la tristeza o el pecado. Hay poder en un pueblo que adora a Dios en medio de cualquier circunstancia.
En este Salmo vemos que el salmista David habla de cómo Dios puso un cántico nuevo en su boca. Esto no era simplemente una melodía, era una expresión de gratitud, una proclamación pública de que Dios lo había rescatado. Por eso, no dejemos de entonar cánticos de alabanza, himnos de gratitud y palabras de regocijo a nuestro Dios. Cada vez que cantamos, estamos reconociendo que Él es fiel, que no nos ha dejado y que su misericordia nos sostiene día tras día.
Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios.
Verán esto muchos, y temerán,
Y confiarán en Jehová.
Salmos 40:3
Seamos fieles en adoración al Señor, aun cuando nadie nos vea, aun cuando parezca que nada cambia. Porque al cantar, muchas cosas pueden comenzar a transformarse en nuestras vidas. Aquellos que no conocían a Dios, cuando escuchen nuestras alabanzas sinceras, también se acercarán a Él, sus corazones serán tocados y recibirán libertad. Muchos serán testigos de que Dios sigue obrando a través de los cánticos que nacen de un corazón agradecido. Por eso, cantemos no solo con los labios, sino con el alma.
Cantemos a Dios libremente, sin temor, sin vergüenza, porque Él nos ha favorecido y su misericordia nos ha sostenido. Cantemos porque su amor, bondad y gracia están con nosotros. Alabemos su santo nombre, proclamemos su poder y su grandeza por todo el mundo. Que con nuestras alabanzas los montes se conmuevan, los cielos se regocijen, las nubes derramen lluvia en señal de bendición. Que la tierra entera exalte el nombre de Dios, porque todo fue creado por Él y para Él. Así que, cantemos en su honor y seremos libertados, fortalecidos y llenos de su paz. Que cada día haya un nuevo cántico en nuestra boca, y que nuestra vida entera se convierta en una adoración continua al Dios que vive por los siglos de los siglos.