¡Oh, qué alegría hay en nuestros corazones al saber que Jesús nos ha salvado! Cantemos a Él con todo nuestro ser y elevemos alabanzas por Sus maravillosas obras en nosotros. Él siempre ha sido precioso, fiel y amoroso. Su presencia ilumina nuestro camino, nos da dirección y nos muestra lo bueno que Dios ha preparado para quienes le aman. Por todo esto, damos gracias a Dios, no solo con palabras, sino con una vida llena de gratitud, obediencia y adoración.
Toda Su creación debe rendir loor delante de Aquel que hizo los cielos, la tierra, el mar y todo lo que en ellos habita. Desde los montes más altos hasta los valles más profundos, desde el amanecer hasta el atardecer, todo debe proclamar la grandeza de nuestro Creador. Cantemos alegres todos los pueblos; demos gloria a nuestro Salvador y Señor, Dios Todopoderoso, Rey de majestad, inigualable y poderoso. No hay otro como Él, Su nombre es santo y Su reino eterno.
No importa dónde estemos ni lo que otros digan de nosotros. Lo importante es que nuestra boca no se canse de adorar, que nuestros labios sigan proclamando Su bondad y que nuestras vidas reflejen Su amor. Entonemos cánticos de armonía delante del Señor, pronunciando Su nombre con regocijo, con palabras que broten del corazón, anunciando las buenas nuevas del Rey todopoderoso. Dios nos ha llamado a mostrar Su luz delante de aquellos que aún no han conocido que hay un Dios verdadero que salva y transforma vidas.
El libro de los Salmos nos invita una y otra vez a exaltar el nombre de Dios. El salmista declara con gozo y reverencia lo siguiente:
4 Cantad a Dios, cantad salmos a su nombre;
Exaltad al que cabalga sobre los cielos.
JAH es su nombre; alegraos delante de él.
5 Padre de huérfanos y defensor de viudas
Es Dios en su santa morada. Salmos 68:4-5
Estas palabras nos recuerdan que Dios no es indiferente al sufrimiento humano. Él es Padre de huérfanos, defensor de viudas y refugio para todo aquel que clama a Él. Por eso, si vamos a adorarle, que sea con sinceridad, con un corazón que reconozca Su santidad y Su misericordia. Él merece lo mejor de nosotros: nuestra mente, nuestro corazón, nuestras fuerzas y nuestra voz.
Recordemos siempre que Él es Dios en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. No hay lugar donde Su presencia no pueda alcanzarnos. No hay rincón tan oscuro donde Su luz no pueda brillar, ni corazón tan herido que Su amor no pueda sanar. Cantemos alegres en el nombre del Señor, porque Él vive y reina por los siglos de los siglos.
Cantemos con honestidad y humildad, reconociendo que cada nuevo día es un regalo de Dios. Al despertar por la mañana, podemos respirar, abrir nuestros ojos y decir: “¡Cuán bueno es el Señor! ¡Digno de suprema alabanza! A Él sea la gloria y la honra por siempre”. Él sostiene nuestra vida, nos fortalece en la debilidad y nos da paz en medio de la tormenta.
No nos olvidemos de cantar cánticos nuevos a Dios. Él es nuestra inspiración, nuestro respirar y la razón de nuestro gozo. Cada día, al caer la noche, podemos acostarnos en paz, sabiendo que Dios es nuestra esperanza y refugio. En Él descansamos seguros, porque Su fidelidad es eterna y Su amor nunca falla.
Que nuestras vidas sean un canto continuo de adoración. Que no alabemos a Dios solo cuando todo va bien, sino también en el dolor, en la espera y en las luchas. Porque al alabar, reconocemos que Él sigue siendo Dios, que Su trono permanece firme y que Su voluntad es perfecta. Que nunca falte en nuestros labios la alabanza, ni en nuestros corazones el deseo de honrarle. A Dios sea la gloria, hoy y siempre. Amén.