Con manos levantadas hacia el cielo alabaremos Su nombre por todo lo alto, daremos a Él honor y gloria, porque Él es bueno y ha sido bueno por siempre y para siempre.
Solo en Él nos gloriaremos porque su gozo será siempre nuestra fortaleza, y por eso es que le damos alabanzas a Él, porque Él siempre está atento para ayudarnos en todas las dificultades. Pero recordemos que no debemos alabarle solamente en los momentos malos, sino todo el tiempo, porque Él es grande por su poder y su majestad que es poderosa, porque vive y reina en las alturas.
En Dios nos gloriaremos todo el tiempo,
Y para siempre alabaremos tu nombre.Salmos 44:8
Oh, pueblos todos gocémonos y alegrémonos en Él y en su santidad divina, todo el tiempo alabemos su glorioso nombre porque Él es bueno con todos sus hijos y con todos aquellos que entran en sus sendas, porque todos los que entran en sus caminos andarán confiados y seguros.
A Él debemos días tras días darle nuestra mejor alabanza, porque Dios siempre nos ha levantado de nuestros peores momentos. Exaltemos Su majestad por todo lo alto, adoremos Su nombre porque Su misma Palabra dice que fuimos creados para alabanza de Su nombre.
Y como dice el salmo 150, todo lo que respira debe alabar a Dios. Que todos juntos a una sola voz digan lo bueno que es Dios, cuán buenas son sus obras para con cada uno de nosotros, porque somos bienaventurados por tener un Dios que nos ama y tiene compasión de nosotros. Demos gloria a Dios porque como Él no hay otro.
Cuando levantamos nuestras manos al cielo, no solo estamos haciendo un gesto físico, sino un acto de entrega total. Es reconocer que dependemos completamente del Señor y que sin Él nada podemos hacer. Cada alabanza que sale de nuestros labios debe venir de un corazón sincero, agradecido por la misericordia y la fidelidad de Dios que se renuevan cada mañana.
En la vida hay días de gozo y también días de tristeza, pero el corazón que aprende a alabar a Dios en todo tiempo encuentra una paz que sobrepasa todo entendimiento. La alabanza nos conecta con el cielo, nos recuerda que no estamos solos y que nuestro Padre celestial siempre está atento a nuestras oraciones. En medio del dolor, cantar a Dios es un acto de fe y una declaración de esperanza.
Alabar a Dios también nos transforma. Cada cántico sincero moldea nuestro carácter, nos llena de gozo y fortalece nuestra fe. El Espíritu Santo se mueve con poder en medio de la adoración, sanando corazones, restaurando vidas y trayendo consuelo a los que se sienten abatidos. Por eso debemos mantener una actitud constante de adoración, no solo cuando todo va bien, sino especialmente cuando enfrentamos pruebas.
Recordemos que la Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que alabaron al Señor aun en medio de circunstancias difíciles. David cantaba cuando huía de sus enemigos, Pablo y Silas entonaban himnos en prisión, y aun Jesús alabó al Padre antes de enfrentar la cruz. Estos ejemplos nos enseñan que la verdadera alabanza no depende de las circunstancias, sino del amor que sentimos por Dios.
Que cada día podamos vivir con un corazón agradecido, reconociendo que todo lo que tenemos proviene de Él. Que nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros pensamientos sean una constante melodía que exalte Su santo nombre. Cuando vivimos de esa manera, reflejamos la luz de Cristo a los demás y mostramos que nuestro gozo no depende del mundo, sino de la presencia de Dios en nuestras vidas.
En conclusión, alabemos al Señor con todo lo que somos. Que nuestras manos, nuestra voz y nuestro corazón estén siempre dispuestos para rendirle gloria. Porque Él es digno de toda adoración, por los siglos de los siglos. Que nuestras vidas sean un cántico vivo que proclame: “En Dios nos gloriaremos todo el tiempo, y para siempre alabaremos su nombre”.
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