Desde niños se nos enseña la Palabra de Dios y cánticos que están centrados en la misma Biblia, que nos llenan y nos enseñan acerca de la grandeza del Señor, de cómo debemos cantarle. Estos himnos, aunque sencillos, van formando nuestro corazón para reconocer quién es Dios, sembrando en nosotros una semilla de adoración genuina que con el tiempo debe crecer y fortalecerse. No se trata solo de melodías bonitas o letras repetitivas, sino de verdades eternas que exaltan Su nombre y nos recuerdan Su fidelidad, Su amor y Su soberanía.
Debemos adorar a Dios con cánticos nuevos así como lo son sus misericordias, que nos acompañan día tras día. Cada mañana nos levantamos por Su gracia, respiramos por Su voluntad y caminamos bajo Su cuidado. Por eso, nuestra adoración no debe ser fría ni mecánica, sino viva, renovada, consciente de que Dios merece lo mejor, no lo sobrante. Cantar con el corazón también implica vivir lo que cantamos, que nuestras palabras no se queden únicamente en los labios, sino que sean fruto de una vida rendida ante Él.
Pon tu corazón a disposición del Señor para cantarle de Su gran amor, darle la gloria y expresarle que Él es bueno y maravilloso, por eso Su nombre es bendito. No importa si nuestras voces son afinadas o no, lo que Dios mira no es la perfección musical, sino la sinceridad del alma que se humilla delante de Él. La Biblia dice que Dios habita en medio de la alabanza de Su pueblo, y cuando le adoramos con todo el corazón, Él se acerca, nos fortalece y nos llena de Su paz.
Él debe ser exaltado a través de Su creación, adorarlo con una verdadera adoración no fingida sino que salga del alma. Dios es Dios y por eso debe recibir todo lo mejor de nosotros. La adoración no se limita al canto, sino que abarca nuestra vida entera: nuestras decisiones, nuestra conducta, nuestros pensamientos. Adorar es reconocer que Él es digno de obediencia, de reverencia y de honra cada día. Como dice Romanos 12:1, debemos presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto racional.
Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón,
Y glorificaré tu nombre para siempre.
Salmos 86:12
El nombre de Dios debe siempre ser exaltado por toda Su creación. Que todo lo que respire en esta tierra y hasta lo más profundo del abismo adore a Dios. El mar y sus habitantes, los cielos y todo lo que allí vuela, y todo lo que está en el campo creado por Dios debe rendirse ante Su gran majestad y honrar Su nombre por los siglos de los siglos. La naturaleza misma da testimonio de Su gloria; los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de Sus manos, como declara el Salmo 19.
¿Quién como Tú, oh mi Dios? Eres mi Dios poderoso que nunca ha perdido una batalla. Tú eres escudo alrededor de los que en Ti confían. Por eso Te alabaré, porque eres bueno con toda Tu creación, a Ti daremos cánticos con alegría. Con gozo diremos: «Castillo mío, mi fortaleza y mi escudo, mi libertador, mi roca en quien confiaré». Aunque el mundo cambie y los tiempos sean difíciles, Dios permanece fiel, y Su misericordia es eterna.
Dios vive y reina con poder. Toda nación dé cánticos y exalte el Nombre de Aquel que hizo los cielos y la tierra. A Él demos toda gloria. Todos los dioses y reyes de la tierra se postren delante de Él ofreciendo adoración solo a Él. Porque no hay otro nombre dado a los hombres en que podamos ser salvos, solo Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Un día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:10-11). Por eso, mientras tengamos aliento, cantemos, adoremos y exaltemos Su nombre santo.