A ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado

El salmo 30 posiblemente sea una dedicación de David a Dios por la futura construcción del templo, ya que su título dice: «Salmo cantando en la dedicación de la casa». Aunque cabe destacar que el salmo nunca menciona nada sobre el templo o su construcción, el cual Salomón edificaría.

Independientemente de quién y para qué se escribió el salmo, debemos tener bien en cuenta que Dios es el que convierte nuestro lamento en baile y pone una alabanza en nuestros labios.

Hay un coro basado en este salmo que dice de la siguiente manera:

Jehová Dios mío, te alabaré, te alabaré para siempre, porque has cambiado mi lamento en baile, Jehová Dios mío te alabaré.

Ahora veamos lo que dice el salmista en sus últimos tres versos de este gran salmo:

10 Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador.

11 Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.

12 Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre.

Salmos 130:10-12

¿Por qué cantamos a Dios? El salmista dice que él le canta porque Dios ha cambiado su lamento en baile y quitó su tristeza y la convirtió en alegría. Oh amados hermanos, de la misma manera podemos cantar nosotros, puesto que Dios es quien en medio de nuestro dolor nos hace sonreír, y estar completamente en paz.

Oh gloria de las alturas, oh gloria mía, oh Dios de mi alma, te damos gracias, por Tu amor el cual es perpetuo, por Tu gracia la cual no tiene límites, por Tu misericordia, sí, por esa misericordia que has tenido para con nosotros.

Y por todo lo que ha hecho Dios por nosotros no estaremos callados, sino que diremos como este salmo: «Jehová Dios mío, te alabaré para siempre».


Este salmo nos recuerda que ningún sufrimiento es eterno cuando Dios interviene. David conoció momentos de angustia, persecución y pérdida, pero también experimentó la restauración del Señor. Cuando clamamos a Dios desde lo profundo de nuestro dolor, Él escucha, sana nuestras heridas y nos reviste de gozo. Ese es el poder transformador del amor divino: convierte el lamento en baile, la oscuridad en luz, la tristeza en esperanza.

Cuando el salmista dice “Has cambiado mi lamento en baile”, está reconociendo una acción milagrosa. El “cilicio” era un símbolo de duelo y arrepentimiento; el hecho de que Dios lo desatara significa que la tristeza terminó. En otras palabras, cuando Dios interviene, cambia nuestra vestimenta espiritual: del luto pasamos al gozo, de la desesperación a la alabanza. Y esta transformación no depende de nuestras fuerzas, sino del poder de su misericordia.

Muchos creyentes pueden identificarse con esta experiencia. Tal vez atravesaste una enfermedad, una pérdida o una situación que parecía imposible, pero viste cómo Dios cambió el rumbo de tu historia. Ese momento de restauración es motivo suficiente para adorarle con todo el corazón. Como dice el mismo versículo 12, “no estaré callado”, porque el corazón que ha sido tocado por la gracia no puede permanecer en silencio.

Al adorar, no solo expresamos gratitud, sino también testificamos de las maravillas de Dios. La alabanza es un recordatorio constante de que Él es nuestro ayudador y que su misericordia es nueva cada mañana. David no alaba por obligación, sino por convicción, porque ha visto el poder de Dios obrando en su vida una y otra vez.

Conclusión

El Salmo 30 es una invitación a confiar en el poder restaurador del Señor. Nos enseña que el dolor puede transformarse en danza y que el silencio puede llenarse de cantos de victoria. Aun cuando no entendemos los procesos, Dios está obrando detrás de escena. Por eso, hoy podemos repetir con el salmista: “Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”, porque su fidelidad no falla y su amor nos sostiene en todo momento. Que cada día recordemos que nuestro gozo no depende de las circunstancias, sino del Dios que cambia el lamento en baile.

...
Sea llena mi boca de tu alabanza
Cantaremos y alabaremos Tu poderío