Este salmo es una invitación universal. No está dirigido solo a los músicos, ni a los levitas, ni a los que tienen talento, sino a “todo lo que respira”. Cada criatura, cada ser humano que ha recibido aliento de vida, está llamado a reconocer la grandeza de Dios. Vemos también que la alabanza incluye instrumentos, danza, júbilo y celebración. La adoración no está muerta ni es fría; es viva, apasionada, gozosa.
Bendecid todos los pueblos y naciones, toda lengua exalte y alabe con pandero, con arpa, con címbalos resonantes, con trompetas; utilicemos danzas, flautas y bocinas, alabemos a nuestro Señor. Levantemos nuestras manos con gran gozo ante Dios, porque Él es digno de alabanza, digno de gloria, digno de honor, por los siglos de los siglos.
El Salmo 150 nos exhorta a alabar a Dios con instrumentos musicales, pero también nos enseña que la alabanza va mucho más allá de las notas y las melodías. Adorar no se limita a un estilo musical o a un templo; podemos alabar a Dios con nuestra vida, nuestras palabras, incluso con nuestro silencio reverente. La obediencia, la gratitud, la justicia, la humildad y el amor al prójimo también son expresiones de alabanza.
Te exaltaré, mi Dios, mi Rey,
Y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre.
Cada día te bendeciré,
Y alabaré tu nombre eternamente y para siempre.
Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza;
Y su grandeza es inescrutable.
Generación a generación celebrará tus obras,
Y anunciará tus poderosos hechos.
En la hermosura de la gloria de tu magnificencia,
Y en tus hechos maravillosos meditaré.
Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres,
Y yo publicaré tu grandeza.
Salmos 145
En este salmo observamos al rey David expresando una alabanza profunda, constante y personal. No lo hace solo en tiempos de alegría, sino “cada día”. Declara que Dios es digno, no por lo que nos da, sino por quien Él es: grande, eterno, poderoso y misericordioso. David reconoce que la creación, la historia y los milagros de Dios hablan de Su gloria, y que cada generación debe transmitirla a la siguiente.
Hoy, nosotros también somos parte de esa cadena de generaciones que exaltan su nombre. Cuando alabamos, nos unimos a un coro eterno que comenzó antes que nosotros y continuará por la eternidad. La alabanza no es solo un acto musical; es una respuesta a la grandeza de Dios. Podemos alabar cantando, sirviendo, dando, obedeciendo, amando y siendo luz en medio de las tinieblas.
Jesús dijo que el Padre busca adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad (Juan 4:23). Eso significa que Dios mira nuestro corazón antes que nuestra voz o nuestro estilo musical. Una canción sin sinceridad es solo ruido, pero una alabanza verdadera, aunque sea sencilla, llega al trono de Dios como perfume agradable.
Es bueno que siempre bendigamos Su nombre, que es sobre todo nombre. Él nos ha dado libertad para cantarle solo a Él. El Dios que hizo los cielos y la tierra merece lo mejor de nosotros. Cada amanecer, cada respiro y cada milagro que vemos es motivo suficiente para alabarlo.
No importa si estamos en una iglesia grande, en una casa pequeña, en lo alto de una montaña o en medio de un valle de pruebas; Dios escucha la alabanza de un corazón sincero. Aun en el dolor, como Job, podemos decir: “Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. Eso también es alabanza.
Finalmente, recordemos esto: la alabanza no es solo para el domingo, ni para un culto especial. Es un estilo de vida. Es despertar cada mañana y decir: “Gracias Señor por tu misericordia”. Es reconocer que todo lo que somos y tenemos procede de Él. Que nuestra vida entera sea un canto de adoración.
¡Todo lo que respira alabe a JAH! Aleluya.
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