A lo largo de la historia del cristianismo hemos escuchado relatos de avivamientos extraordinarios que han transformado naciones enteras. Uno de los más conocidos es el avivamiento de Gales en 1904, un mover espiritual tan profundo que las noticias de lo que Dios estaba haciendo se extendieron rápidamente a otras regiones del mundo. Pero lo que muchas personas no saben es que ese mismo avivamiento llegó incluso a los rincones más remotos del planeta. Uno de esos lugares fue el este de la India, donde vivía una tribu conocida por ser extremadamente violenta y hostil hacia cualquier influencia externa.
Fue allí donde inició la historia de un hombre y su familia que, por la gracia de Dios, pudieron escuchar el mensaje del Evangelio. Al oír la Palabra, sus corazones fueron transformados y recibieron a Jesús como su Señor y Salvador. Esta decisión marcó un antes y un después en sus vidas. Llenos de fe, comenzaron a compartir con otros miembros de la tribu aquello que habían creído. Sin embargo, este acto de obediencia provocó la furia del jefe tribal, quien no toleraba que la comunidad adoptara una nueva fe que él consideraba una amenaza para sus tradiciones.
En un acto de intimidación, el jefe hizo que aquel hombre y su familia fueran arrastrados delante de toda la comunidad. Su pedido fue claro y contundente: “Deja de seguir a Jesús.” Pero el hombre, con una convicción firme e inquebrantable, respondió palabras que hoy recorren el mundo entero: “No, he decidido seguir a Jesús, yo no vuelvo atrás.” Su respuesta enfureció aún más al jefe de la tribu, quien en un acto de brutalidad ordenó la muerte de los hijos del hombre frente a toda la comunidad.
Cualquier persona podría haber cedido ante semejante dolor, pero este creyente permaneció fiel. El jefe tribal volvió a exigirle que renunciara a Cristo. Aun con lágrimas, aun con el alma quebrantada, el hombre respondió: “Aunque nadie más me acompañe, yo le seguiré. No hay vuelta atrás.” Sus palabras fueron un testimonio de un amor y una fe que no podían ser destruidos por amenazas humanas. La firmeza de su fe enfureció aún más al jefe, quien finalmente ordenó ejecutarlo también. Mientras el hombre entregaba su vida, escuchó al jefe gritar: “Ahora dejarás de seguir a Jesús.”
Pero lo que aquel jefe no sabía era que la muerte no detiene la obra de Dios. La historia no terminó allí. La Biblia es clara cuando dice:
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Mateo 16:25
Esta verdad se hizo evidente de una manera sorprendente. Al ver la valentía del hombre, su fidelidad hasta la muerte y la paz inexplicable con la que enfrentó la persecución, el Espíritu Santo comenzó a obrar en los corazones de quienes presenciaron su martirio. El propio jefe tribal, conmovido y avergonzado por lo que había hecho, comenzó a cuestionarse sus creencias. Con el tiempo, él también entregó su vida a Cristo, y muchos en la tribu siguieron ese camino. La sangre derramada se convirtió en semilla que produjo fruto para la gloria de Dios.
Las palabras pronunciadas por aquel hombre —“He decidido seguir a Jesús”, “No vuelvo atrás”, “Aunque nadie me acompañe”— se convirtieron décadas más tarde en la inspiración para uno de los himnos más cantados alrededor del mundo: “He decidido seguir a Cristo.” Lo que hoy cantamos en iglesias, reuniones y tiempos devocionales nació del sacrificio real de un creyente que entregó todo por su Señor.
Esta historia debe servirnos como un fuerte recordatorio. Nuestra vida pertenece al Dios de los cielos. Seguir a Jesús implica entrega, valentía y convicción. Que este testimonio nos inspire a mantenernos firmes, fieles y dispuestos a darlo todo por Aquel que lo dio todo por nosotros.