Dios es poderoso, por eso debemos bendecir y glorificar Su santo y bendito nombre. No hay nadie como Él; solo a Él debemos dar lo mejor de nosotros. Nuestra mejor alabanza debe ser dirigida al Señor, quien es digno de recibir toda gloria y honor. Él es el Creador de los cielos y de la tierra, el que sostiene el universo con Su palabra, y aun así se inclina a escuchar la oración del humilde. Por eso, cada vez que pronunciamos Su nombre, debemos hacerlo con reverencia, gratitud y amor.
Suyo es el poder, suya es la gloria y la honra. Alabemos a Dios por Su hermosa presencia que día a día podemos sentir, porque aun cuando cantamos, Su Espíritu nos fortalece y llena nuestro interior de paz. Cuanto más le adoramos, más anhelamos estar cerca de Él. La adoración genuina no nos deja vacíos, sino llenos de gozo y de la sabiduría que proviene de nuestro Rey alto y sublime. Cada nota de alabanza es un recordatorio de Su fidelidad, de que nunca nos abandona y siempre permanece fiel a Sus promesas.
Oh, cuán bueno es glorificar Tu santo nombre, Señor. Gracias por darnos el privilegio de poder exaltar Tu nombre sobre todas las alturas. Te alabamos porque por Ti respiramos, vivimos y tenemos esperanza. Eres quien nos sostiene cada día, quien da fuerzas al cansado y multiplica el poder del que no tiene vigor. Por Ti estamos de pie, y estando de pie podemos levantar nuestras manos y gritar con gozo: ¡Cuán grande es Tu amor, cuán infinita es Tu misericordia, cuán gloriosa es Tu magnificencia! Por eso damos loor y adoración delante de Ti.
Cuando damos lo mejor de nuestros corazones, cuando entregamos todo nuestro ser en adoración, encontramos plenitud. Sabemos que estamos ofreciendo lo más precioso a nuestro Dios. Que cuando estemos postrados de rodillas podamos derramar nuestra alma delante de Él, no con tristeza, sino con alegría. Que cuando Su presencia descienda, toda distracción se aparte, y que nuestra mente y corazón estén completamente centrados en Él. Porque no hay adoración más pura que aquella que nace de un corazón rendido y sincero.
Todo lo que tenemos, todo lo que somos, incluso cuando sentimos que no hemos recibido nada, debemos reconocer que todo proviene de Dios. Él nos ha dado la salvación, y eso es motivo suficiente para vivir en gratitud eterna. Aun si no hubiera bendiciones materiales, el regalo de la vida eterna bastaría para cantar sin cesar: “¡Bendito sea el nombre del Señor por los siglos de los siglos!”. Alabemos solo a Él, pues no hay otro que merezca nuestra devoción.
Venid, aclamemos alegremente a Jehová;
Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación.
Salmos 95:1
Como nos enseña este pasaje, debemos venir ante Dios con alegría, no con quejas ni tristeza, sino con un corazón rebosante de gozo. Aclamemos con júbilo al Señor, nuestra roca firme, nuestro refugio seguro. Él es quien sostiene nuestras vidas, quien nos da nuevas fuerzas cada día. Que nuestras voces se unan en una sola melodía de adoración que suba hasta Su trono como incienso agradable. Cuando el pueblo de Dios alaba unido, los cielos se abren y la gloria del Señor se manifiesta.
Que nuestra adoración al Dios eterno sea sincera, alegre y sin desánimo, porque no hay motivo alguno para estar tristes en Su presencia. De Él proviene todo gozo, toda paz y todo amor. Él transforma las lágrimas en sonrisas, el dolor en esperanza, y la tristeza en cánticos de victoria. Que nuestros labios no cesen de proclamar Su grandeza, porque mientras haya aliento en nosotros, seguiremos cantando al Dios de nuestra salvación.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
Y haced oír la voz de su alabanza.
Salmos 66:8
Vamos, pueblos y naciones, bendecid a nuestro Dios. Que desde el amanecer hasta el anochecer se escuche Su alabanza. Que los continentes se llenen del sonido de Su gloria, que cada lengua confiese Su nombre y cada corazón se rinda ante Él. Que la tierra entera cante con alegría al Señor, porque Él reina, Él vive y Él vuelve pronto. ¡A Él sea la gloria, el honor y la alabanza por los siglos de los siglos! Amén.
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