¿Por qué no exaltarlo? ¿Por qué no bendecir Su grandioso nombre? Si en Él habita todo el poder y la majestad, en nadie más existe un poder tan grande y maravilloso como el de nuestro Dios grande y fuerte, alabemos a nuestro Dios poderoso porque Él es invencible y solo en Él está el poder, la gloria y la honra.
Arrodillémonos delante de Dios, cantemos toda Su creación delante de Él, solo Él es digno de recibir toda alabanza. No nos equivoquemos diciendo «Dios, recibe el poder». Recordemos que el poder es Suyo y de nadie más, por eso no es correcto decir «recibe el poder», suya es la gloria y toda autoridad. Él no necesita que le demos poder, porque desde la eternidad Su fuerza y dominio han sido absolutos, nadie puede igualarlo, nadie puede cuestionar Su autoridad.
Cuando en Su Palabra dice que «suyo es el poder», con esto debemos entender que no debemos darle poder a Dios, más bien reconocer que Él es el poderoso y que de Él sale el poder. ¡Oh Señor! Alabado seas para siempre por los siglos de los siglos, amén.
Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. 1 Crónicas 29:11
Estas fueron palabras pronunciadas por David cuando proclamaba a su hijo Salomón como sucesor. En el versículo que acabamos de leer vemos cómo se expresó David delante de Dios y delante del pueblo que estaba presente, reconociendo el poderío de Dios, haciéndoles entender que todo lo que existe es de Dios nuestro Dios poderoso. De Él es toda excelencia, poderío, majestad, imperio, gloria y autoridad.
Nuestro Dios gobierna todo. Alabado sea nuestro Dios Todopoderoso.
Cuando reflexionamos sobre estas palabras, debemos recordar que cada día estamos bajo el dominio y la misericordia de ese mismo Dios al que David alababa. No hay circunstancia que esté fuera de Su control. Aun cuando el mundo parezca caer en caos, nuestro Dios sigue sentado en Su trono, reinando con justicia y poder. Él no comparte Su gloria con nadie, porque solo Él es digno de recibir toda exaltación. Por eso debemos rendirle adoración genuina, nacida del corazón y no de la costumbre.
El poder de Dios se manifiesta en la creación misma: en los cielos, en los mares, en la tierra y en la vida que Él nos concede. Cada amanecer es una muestra de Su grandeza, cada respiración un recordatorio de Su misericordia. Si abrimos los ojos del alma, veremos Su mano obrando en todo momento. Él sostiene el universo con Su palabra y nos sostiene a nosotros con Su amor eterno. ¿Cómo no exaltar Su Nombre cuando somos testigos de Su bondad cada día?
No hay rey, presidente ni autoridad que pueda compararse con nuestro Dios. Todo lo creado está sujeto a Su voluntad, y toda autoridad en la tierra es temporal, pero la autoridad de Dios es eterna. Él levanta reinos y los derriba, da vida y también la quita, y aun así, en medio de Su inmenso poder, se deleita en escuchar la oración de Sus hijos. Esa es la maravilla de nuestro Dios: poderoso, pero también cercano; majestuoso, pero tierno en Su amor.
Por tanto, no dejemos que las preocupaciones o los temores nos aparten de la alabanza. En los momentos difíciles, recordemos que “de Él, por Él y para Él son todas las cosas”. Su poder no tiene límites y Su amor nunca falla. Alabemos con gozo, bendigamos Su nombre con gratitud, y que cada palabra de nuestras bocas sea un eco de adoración al Dios eterno que reina sobre todo.
A Él sea la gloria, la majestad y el honor por los siglos de los siglos. ¡Amén!
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