Alabaré al Señor, con todas mis fuerzas dedicaré mi alabanzas al Señor, con mi corazón elevaré cánticos de gloria para Ti oh Dios, porque Tú has sido bueno para mí, Tú has sido escudo protector para todas las naciones, gracias Te damos por Tu poderosa obra.
Alabemos a nuestro Dios, siendo rectos de corazón, no demos a Dios cosa que no sea sacrificada del corazón. Rindamos todas las cosas ante Dios, que nuestra mejor alabanza sea perfume con olor fragante para Él, porque toda gloria y poder son de Él.
Alabemos a Dios en las alturas, contemplemos Su poderosa majestad y reconozcamos su imperio delante de Él. Él es nuestro Dios poderoso al cual debemos todo lo que tenemos, por eso todo lo que demos a Él sea con amor y dedicación. No demos a Dios porque alguien dice que debemos adorarlo sino porque nuestro corazón entienda que Él es nuestro Dios y que debemos rendir adoración y exaltar Su poderoso Nombre.
Te alabaré con rectitud de corazón, cuando aprendiere tus justos juicios. Salmos 119:7
Dios es justo en todo, y es por eso que debemos practicar la justicia de Dios, entenderla ante todo. Ser rectos de corazón y alabar Su glorioso Nombre, que todo pueblo, lengua, tribu y nación conozcan que Dios es Dios, que Él merece toda gloria y exaltación. Oh alabanzas al nombre de nuestro Dios fiel y verdadero.
El autor de este salmo daba alabanzas al Creador de todas las cosas y lo hacía con rectitud, daba gracias a Él por Su gran poder y obra, porque nos sustenta cada día. No te olvides de dar alabanzas del corazón al Señor con toda firmeza del corazón.
Cada día tenemos motivos para levantar nuestras manos y exaltar el nombre de nuestro Dios. Él nos da la vida, el aire, la salud y la fuerza para seguir adelante, y es por eso que nuestra alabanza no debe ser ocasional, sino constante. Cuando nuestro corazón se mantiene en gratitud, Dios se agrada, porque ve que lo adoramos no por lo que tenemos, sino por quién es Él. Alabarle es reconocer Su poder, Su amor y Su fidelidad eterna.
Cuando el creyente se acerca a Dios con sinceridad, su adoración se convierte en una ofrenda viva. No se trata de palabras vacías ni de rutinas religiosas, sino de un acto genuino del alma que busca agradar al Creador. Dios no busca perfección en nuestra voz, sino verdad en nuestro corazón. Él escucha los cánticos sinceros y responde con bendiciones abundantes. Por eso, cada vez que levantemos un canto o elevemos una oración, hagámoslo con todo nuestro ser, reconociendo que solo Él merece honra y gloria.
En tiempos de prueba también debemos alabar. Muchos solo elevan cánticos cuando todo va bien, pero los verdaderos adoradores saben alabar en medio de la tormenta. El salmista David, aun perseguido y angustiado, encontraba refugio en la adoración. Él sabía que al cantar al Señor su espíritu se fortalecía, y la presencia de Dios traía consuelo y esperanza. Así también nosotros debemos aprender a adorar en cualquier circunstancia, porque el poder de la alabanza transforma los corazones y abre puertas de bendición.
La rectitud de corazón que menciona el salmo es una actitud interior que refleja amor y obediencia. No podemos alabar a Dios mientras nuestro corazón está lleno de orgullo o rencor. Por eso, antes de cantar, debemos limpiar nuestro interior, pedir perdón y acercarnos con humildad ante Su trono. Así nuestras palabras no serán simples sonidos, sino una melodía que sube al cielo como incienso agradable delante de Él.
Que cada día nuestra boca se llene de alabanza y nuestros labios de gratitud. No esperemos un momento especial para exaltar Su nombre, hagámoslo en todo tiempo, porque Él vive y reina para siempre. Alabemos a Dios por Su fidelidad, por Su amor que nunca cambia y por Su misericordia que se renueva cada mañana. Que nuestras alabanzas sean un testimonio vivo para los que nos rodean, para que también ellos puedan ver la luz de Cristo reflejada en nuestras vidas.
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