Todo lo que hagamos para el Señor debemos hacerlo con amor, firmeza y un corazón agradecido, porque Él ha sido bueno con nosotros todos los días de nuestra vida. Si vamos a cantar de su santo y bendito nombre, hagámoslo con todo el amor que hay en nuestros corazones, no solo con palabras, sino con sinceridad, entendiendo que Él es digno de lo mejor de nuestra adoración. Dios no se complace en alabanzas vacías, sino en aquellas que brotan de un corazón humilde y rendido a Su presencia.
Cuando iniciamos algo para Dios, debemos hacerlo con determinación y fidelidad. No se trata solo de empezar bien, sino de permanecer firmes aunque lleguen pruebas, dificultades o desánimos. La Biblia nos enseña que todo lo que hagamos debe ser hecho como para el Señor y no para los hombres. Si vamos a dar cánticos nuevos a Dios, si vamos a servirle o a hablar de Su nombre, hagámoslo con firmeza, excelencia y fe, sabiendo que Dios merece lo mejor.
Nuestra fidelidad hacia Dios no debe ser momentánea. No se trata de adorar solo cuando todo va bien, sino de mantenernos firmes cuando soplen vientos contrarios. Si hemos dicho: “Aquí adoraré a mi Dios para siempre”, entonces permanezcamos fieles aunque venga la tempestad, porque Dios ha sido fiel con nosotros aun cuando nosotros hemos fallado. Su fidelidad es eterna, Su misericordia no cambia, y Sus promesas permanecen firmes por los siglos. Por eso, ¡oh pueblos!, batid las manos, cantad en el nombre del Dios Todopoderoso que vive y reina para siempre.
Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza.
Isaías 25:1
En este pasaje, el profeta Isaías reconoce la grandeza y fidelidad de Dios. Declara que exaltará Su nombre porque Dios ha hecho maravillas, y Sus planes son perfectos desde la eternidad. Nada de lo que Dios promete queda sin cumplirse, y esto debe impulsarnos a adorar con todo nuestro ser. Él ha sido fiel en el pasado, lo es en el presente y lo seguirá siendo por la eternidad.
Demos gracias al Señor porque Él es bueno, y para siempre es Su misericordia. Rindámonos ante Su presencia, postrémonos con reverencia y glorifiquemos Su bendito nombre. Que nuestras almas proclamen Su grandeza, Su justicia y Su fidelidad. Que nuestro corazón, mente y labios se unan para declarar: “Santo, santo, santo es el Señor”. La adoración no es solo cantar, sino vivir cada día para Su gloria.
Unidos como pueblo de Dios, adoremos al Señor con una misma voz. Miremos al cielo con esperanza y cantemos: “Cuán grandes son tus obras, Señor, y cuán rectos son tus caminos”. Que no haya división en nuestro corazón al adorarle. Que nuestras palabras estén llenas de gratitud y nuestras manos se eleven en señal de rendición y confianza. Él merece nuestras mejores alabanzas, no solo de labios, sino de vida.
Oh Señor, mi alma te anhela y desea alabarte cada día. Así como el salmista David exhortaba a su alma diciendo: “Bendice, alma mía, a Jehová”, nosotros también debemos exhortarnos a perseverar en la adoración. No dejemos que el cansancio, los problemas o la rutina apaguen nuestra alabanza. Seamos firmes en todo lo que hacemos para Dios, ya sea cantar, servir, hablar de Su Palabra o vivir en obediencia.
Recordemos que no adoramos por emoción, sino por convicción. Adoramos a Dios porque Él lo merece, porque nos ha dado vida, perdón y salvación. Cuando alabamos, reconocemos que dependemos de Él. Cuando cantamos, declaramos que Su amor es más grande que cualquier prueba. Y cuando permanecemos firmes, demostramos que nuestra fe está puesta en el Dios eterno, inmutable y fiel.
Por eso, sigamos firmes, adorando con gozo, cantando con gratitud y viviendo para la gloria de Dios todos los días. Amén.