En este instante, pregúntate: ¿por qué adoro a Dios o por qué doy alabanzas a Dios? ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es ese motivo tan especial de alabar a alguien que no puedo ver? Estas son preguntas muy importantes, porque debemos saber las razones por las que adoramos a Dios, a ver si realmente son las correctas.
A continuación vamos a nombrar algunas de las razones bíblicas por las que debemos dar alabanzas a Dios:
1- Él es Santo
La primera razón por la que debemos rendir alabanzas a Dios es porque Él es Santo, y a medida que conozcamos más sobre la santidad de Dios daremos una mejor alabanza a Él. Dios es Santo y entre todos sus atributos diríamos que este es el que más resalta.
Exaltad a Jehová nuestro Dios, Y postraos ante el estrado de sus pies; Él es santo.
Salmos 99:5
Simplemente damos gloria a Dios porque Él es Santo y eso le hace merecedor de nuestra mejor alabanza.
La santidad de Dios no tiene comparación. Él es puro, perfecto y sin mancha. Su santidad revela su naturaleza inmutable, aquella que nunca cambia a pesar de los tiempos o circunstancias. Cuando comprendemos esto, entendemos que nuestras alabanzas no dependen de cómo nos sentimos, sino de quién es Él. Adoramos a un Dios que es digno por esencia, un Dios que es luz y en el cual no hay tinieblas. Por eso, cada vez que levantamos nuestras manos o cantamos, debemos hacerlo con reverencia y gratitud por su perfecta santidad.
2- Por sus grandezas
¿Qué Dios ha hecho por ti? Te aseguro que si estás aquí, que si eres cristiano ya Dios ha hecho muchas cosas por ti, y si no eres cristiano también te aseguro que Dios ha hecho muchas cosas por ti. El simple hecho de que podamos despertar, respirar, tomar agua, aire, comer, vestir, etc., es porque Dios nos permite disfrutar de su grandeza y por eso debemos darle alabanzas a Él.
2 Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza.
3 Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos.
Salmos 66:2-3
El universo entero testifica de la grandeza de Dios. Desde la inmensidad de las galaxias hasta el detalle más pequeño de la naturaleza, todo muestra su poder creador. Cada día es una oportunidad para maravillarnos de su obra y reconocer que no hay nada imposible para Él. Al alabarlo por sus grandezas, reconocemos su soberanía y su dominio sobre todo lo que existe. Nuestra vida, nuestra salud y cada bendición son una muestra viva de su bondad infinita.
Además, las grandezas de Dios no solo se ven en lo material, sino también en lo espiritual. Él transforma corazones, sana heridas, restaura familias y da esperanza donde todo parece perdido. Por eso, su nombre merece ser exaltado continuamente. No hay nadie que se compare a Él ni que pueda igualar su poder y misericordia.
3- Por su eterno amor
Alabamos a Dios por Jesús, por su eterno amor, por su obra concluida en la cruz del calvario. Le alabamos porque restauró nuestra amistad con el Padre. Le damos alabanzas por su muerte y resurrección, puesto que gracias a ese sacrificio somos salvos. ¡Gloria a Dios por Cristo!.
Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.
Hebreos 9:28
El amor de Dios es eterno y se manifestó de manera perfecta en Jesús. No existe mayor muestra de amor que entregar la vida por otros, y eso fue exactamente lo que Cristo hizo por nosotros. Su amor no tiene límites ni condiciones. Él nos ama cuando fallamos, cuando dudamos y cuando le buscamos. Al comprender esa profundidad, nuestro corazón se llena de gratitud y nace en nosotros una adoración sincera, no por obligación, sino por reconocimiento del amor inmerecido que hemos recibido.
Conclusión
Adorar a Dios es mucho más que cantar una canción o levantar las manos en un culto. Es reconocer su santidad, sus grandezas y su amor eterno que se renueva cada día. Cuando entendemos por qué le alabamos, nuestra adoración cobra sentido y se convierte en un acto de entrega total. La alabanza no solo es una expresión de palabras, sino una forma de vida que refleja lo que Dios ha hecho en nosotros. Que cada día podamos alabarle con entendimiento, con un corazón agradecido y con la convicción de que Él es digno de toda gloria, honra y poder por los siglos de los siglos. Amén.
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